Aurelio Suárez Montoya, Bogotá, 3 de marzo de 2009
Una de las definiciones más aceptadas en los tratados sobre democracia es la de Joseph A. Schumpeter, "el método democrático es el instrumento institucional para llegar a decisiones políticas, en virtud del cual cada individuo logra el poder de decidir mediante una competencia que tiene por objeto el voto popular". Giovanni Sartori, cuyos ensayos hacen parte del desarrollo contemporáneo del concepto de democracia, a la cual define como el poder del pueblo, funda en tres factores la validez de toda democracia: el poder limitado de la mayoría, los procedimientos electorales y la transmisión de poder a los representantes.
Robert Dahl propone ocho garantías que deben acompañar a un gobierno democrático y que pueden adaptarse a todo conglomerado que adopta decisiones; entre las más relevantes están, la libertad de asociación, la libertad de expresión, la libertad de voto, el derecho a competir en busca de apoyo y de luchar por los votos, y, las elecciones libres e imparciales. Isaiah Berlin, el más destacado epígono contemporáneo del racionalismo liberal, reconoce en la búsqueda de consensos el método más adecuado para la decencia de la democracia en una cambiante convivencia.
Estos conceptos, que están lejos de lo que pudiera llamarse radical o, si se quiere, extremista, llevan implícito que, para arrogarse el carácter de demócrata, no hay argucia válida para desconocer las determinaciones emanadas de un ámbito en el cual se han materializado y en el que así se ha participado. No puede argumentarse condición alguna de quienes obtuvieron las mayorías para desconocerlas ni menos la animadversión para descalificarlas o denigrar de ellas. Quien actúa así, casi siempre tras la mampara de la defensa de altos intereses colectivos, es, de hecho, un farsante. leer mas...
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